Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor. -2 Corintios 3:18 NVI

A diferencia de nuestros cuerpos, nuestros espíritus no dejan de crecer. Y con el tiempo, a medida que nuestros cuerpos comienzan a deteriorarse, nuestros espíritus aún se transforman a la imagen de Dios.
No llegamos a un lugar en nuestro viaje de fe donde estemos completamente formados. Con las manos abiertas y la gracia de Dios, debemos permitir que el Espíritu Santo guíe nuestro crecimiento.
Nunca somos demasiado viejos, demasiado débiles o demasiado quebrantados para reflejar la gloria de Dios.
Si llegamos a un lugar en el que nos conformamos con lo adecuado, necesitamos recuperar el deseo de crecimiento de la infancia. Necesitamos salir de los días de gloria y mirar hacia el próximo nivel de gloria al que el Señor quiere llevarnos.
Les damos a nuestros hijos un vistazo de la gloria de Dios cuando envejecemos y nos hacemos más fuertes, cuando nuestros cuerpos se desmoronan pero nuestro espíritu se fortalece.
Al reflejar la gloria del Señor, que nuestro corazón se abra y nuestro espíritu esté listo.
Señor, continúa derramando en mi vida plenitud para que pueda reflejar tu gloria. Mantenme humilde. Hazme dispuesto. Estoy agradecido de que aún no hayas terminado conmigo. Amén