19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; 20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
—Santiago 1:19-20 RV60

Si hubiera un paquete con estos recursos en venta: Atento para escuchar, lento para hablar y lento para enojarse. Les aseguro que sería un éxito de venta. Pero esto no es natural ¿verdad?
Nuestro instinto es tomar el control y arreglar
cosas en el caso de los hombres. Somos rápidos para ofrecer consejos y críticas y rápidos
para sacar conclusiones precipitadas. Pero esto a menudo conduce a peleas, poco provechosas, y rencores.
Juan con sus palabras nos recuerdan la importancia de escuchar primero
y sobre todo mantener la calma y sobriedad para leer las cartas vivas del otro. Cuando hacemos esto, demostramos que nos preocupamos por el otro involucrado en la conversación o situación. Cuando
escuchas primero, nos recordamos a nosotros mismos que no somos los únicos
a quién afecta esto. Cuando escuchamos primero, no somos los expertos.
No somos nosotros los que intentamos lanzarnos y arreglar todo con
una respuesta rápida. Por eso se molestan muchas veces nuestras esposas, por no escucharles y ofrecerles soluciones. Cuando ya ellas han pensado tres o cuatro soluciones con sus consecuencias, causas y efectos y toda su matemática en su espagueti le ha dado una conclusión. Pero llegamos nosotros sin escuchar su corazón y las cancelamos pensando que tenemos el plan de evacuación o contingencia que ellas necesitan. Y nada más lejos de lo que tenemos que escuchar que es su necesidad de ser escuchadas con la boca callada sin traer ningún plan rescatista.
Dios, ayúdame a escuchar, a los de mi familia, a los que están a mi alrededor en el trabajo, y aquellos con los que interactuaré hoy. Ayúdame a escuchar su historia y respetarlos en mi conversación. Amén.