
Cuiden del rebaño que Dios les ha encomendado. Háganlo con gusto, no de mala gana ni por el beneficio personal que puedan obtener de ello, sino porque están deseosos de servir a Dios. No abusen de la autoridad que tienen sobre los que están a su cargo, sino guíenlos con su buen ejemplo. —1 Pedro 5:2-3
Como sacerdotes del hogar o padres, hemos sido puestos por Dios en una posición que requiere un alto nivel de responsabilidad. Así como a cada pastor se le confiere una gran responsabilidad sobre el rebaño; Él nos ha hecho pastores de nuestras familias. Pero hay libertad en la comprensión que nuestro rebaño es cubierto por nosotros, pero en última instancia, es suyo. Él es el pastor principal que nos confió un rebaño, y es nuestro papel nutrir y cuidar ese rebaño.
Al discipular a nuestro rebaño, nuestros motivos importan; no podemos ser egoísta. Nuestra actitud importa; debemos estar dispuestos. Nuestro enfoque de añadirle valor importa y da forma a cómo cuidamos a nuestro rebaño. Alguien una vez me dijo mi familia no entra en una lista de prioridades; está antes de esa lista, es lo más importante junto a mi relación con Dios.
Cuando nuestro primer ministerio es servir a nuestro rebaño, el peso de la responsabilidad puede abrumarnos. Pero si cambiamos nuestro enfoque a Dios, Él me añade valor a mí, me sustenta, Él es el dador del rebaño; podemos confiar en que él llenará donde nos quedemos cortos. Cuando confiamos al pastor principal, que nos ha llamado a este papel, podemos servirle con entusiasmo cuidando a los que nos han sido confiados.
Dios, gracias por el rebaño que me has confiado. Gracias por mi familia y tu cuidado sobrenatural constante de mis ovejas. Al discipular a mi rebaño, elimina de mi cualquier motivo egoísta. Mientras busco servirte, inculca un espíritu de entusiasmo y responsabilidad dentro de mí para poder servir con libertad y alegría. Amén