Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna. —Lucas 18:29-30 RV60

El peso del sacrificio no es una carga ligera para llevar. Sacrificio es una pérdida que evoca dolor, pero también marca el comienzo de algo nuevo.
Jesús no nos llama al sacrificio no por el bien de la pérdida, sino por el bien del Reino de Dios. Cuando ponemos a Cristo y a los valores y virtudes del Reino en la parte superior de nuestra lista de prioridades, podremos mirar más allá el objeto de sacrificio y lo compensatorio que se gana a través de nuestra pérdida.
La promesa es que los beneficios superarán nuestro sacrificio, no solo en este tiempo, pero también en la era venidera. Cuando elegimos vivir una vida de sacrificio, experimentaremos vida al máximo. Experimentaremos una vida donde el amar a Cristo con dedicación será nuestro mejor suministro. Y con él como nuestro suministro, tenemos suficiente vida para verter con fe y derramar aún con lágrimas en nuestros hogares y en nuestras familias.
Señor Jesús, ayúdame a enfocarme en ti, en tu amor por mí y en tu Reino. Dame la fuerza para entregar todo lo que soy y todo lo que tengo que me has dado tú. Vierte en mi vida más de tus fuerzas para que pueda comenzar a ver la alegría más allá el sacrificio que estoy haciendo hoy. Amén.