Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia. —Marcos 1:11-12
Hay estaciones en la vida que son confusas y desconcertantes. Las circunstancias que nos rodean pueden hacernos cuestionar a Dios, nuestros temores y fracasos nos debilitan e incluso podemos llegar a dudar del amor de Dios por nosotros.

Cuando nos encontramos en nuestras estaciones del desierto, es importante tener una mirada de confianza hacia arriba y pisada firme hacia adelante. Necesitamos tener una actitud de recepción, un compromiso intensional para crecer, y un enfoque en el futuro.
Mientras Jesús estaba siendo bautizado, Dios lo afirmó, algo así diciendo: «Tú eres el hijo especial a quien amo; y estoy muy contento contigo».
La parte desconcertante de la historia es que inmediatamente después de esta afirmación sobre Jesús, el Espíritu lo llevó al desierto. Cuando él estaba con los animales salvajes, el peligro, los escorpiones y el frío o oscuridad del desierto, Jesús no cuestionó lo que Dios dijo en las aguas. Equipado con el amor de Dios y un propósito de vida luchó en el desierto durante cuarenta días.
A veces nuestro pecado nos lleva al desierto, pero otros veces el mismo Dios nos lleva allí. Las estaciones del desierto revelan y dan forma a nuestra consistencia de fundamentos.
No tenemos que cuestionar su amor cuando nos encontramos en la lucha. Necesitamos permanecer en su amor, confianza en el proceso y dejar que la temporada de desierto nos enseñen algo nuevo que nos prepara para hacer cosas mayores y poderosas.
Dios, mantén mis ojos en ti cuando me encuentre en el oscuro o dificultoso desierto. Dame fuerza y persistencia en las sombras, y prepárame para el camino por delante. Amén