“La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama comerá de sus frutos” —Proverbios 18:21 RV60

Lo que decimos importa. Cuanto decimos importa. Cómo lo decimos importa. Los palos y las piedras ciertamente pueden romper huesos, golpear los techos, pero las palabras pueden además de romper y golpear en las relaciones humanas, pueden aplastar un espíritu. Subestimamos el poder de nuestras palabras, y puede socavar nuestros motivos si no consideramos el arte de la conversación.
Cuando prestamos atención a lo que decimos, puede sanar a los heridos, restaurar a los cansados, unir puentes de entendimiento y crear comunidad.
Pero los labios sueltos sin filtrar palabras, puede llevar a la división y la destrucción. Después que exprimimos la pasta de dientes de su tubo, tratar de volver a ponerlo dentro es un desastre. También lo son nuestras palabras. Podemos probar lanzar la cuerda de pescar con el anzuelo, ver avanzar por el aire caer lejos y hundirse en el agua, pero nuestras palabras están ahí fuera sin poder regresar a la boca.
Podemos intentar limpiar el desorden, corregirnos o disculparnos; pero no podemos recuperar o cambiar lo que se dijo. Cuando entendemos que nuestras palabras tienen el poder de traer vida o muerte, somos responsables de usar bien las palabras. Alguien ha dicho a esto que cuidemos el “conectar el cerebro con la lengua”.
Las palabras que usan los niños reflejan las palabras que escuchan. Si usamos nuestras palabras sabiamente, podemos ayudar a los que nos rodean a sopesar y ser consientes del poder de sus palabras. Cuando hablamos palabras de afirmación a los demás, damos un buen ejemplo de cómo usar bien las palabras.
Dios, ayúdame a escuchar con claridad y ser lento intencionalmente para hablar. Ayúdame a usar mis palabras sabiamente para afirmar y edificar a los demás. Señor que mi hablar exprese sabiduría, cordura y un espíritu recto dentro de mí. Que yo hable de la vida sana en mí y guía mis conversaciones hoy para hablar vida a otros. Amén.