¡No te alegres de mí, enemiga mía. Aunque caiga, me levantaré, aunque more en tinieblas, el SEÑOR es mi luz. —Miqueas 7:8 BDA

Nuestra fuerza o éxitos no se mide por cuántas veces fallamos. Ese caminar con fortaleza y perseverancia en la vida, no se calcula por el número de errores que cometemos o la cantidad de pérdidas que acumulamos. La verdadera medida de nuestra fuerza se encuentra en nuestra fuente, en el “reservorio lleno de fe y esperanza” que refresca y alienta el alma. Si nos suscribimos al sistema de autosuficiencia, el techo de nuestra fuerza es nuestro mayor esfuerzo. Pero si ponemos nuestra esperanza en el Señor y encontramos nuestra fuerza en él, podemos levantarnos de nuestros fracasos y ser intrépidos cuando la oscuridad desciende.
Podemos fallar con confianza cuando el Señor es la fuente de nuestra fuerza. Podemos ser rodeados por las sombras oscuras de nubes, sentarnos en la oscuridad, pero sabiendo que la luz del Señor brilla más en tiempos oscuros. No tenemos que salir corriendo de las luchas de la vida cuando conocemos la fuerza de Dios.
Llegará el día en que nos demos cuenta de que nuestros propios esfuerzos no son suficientes. Pero cuanto antes nos demos cuenta de eso, cuanto antes podamos descansar en el poder de Dios y ser guiados por el luz del Señor.
Dios mío, sé mi fuerza. Señor, sé mi luz. Mantén mis ojos puestos en tú gracia suficiente y mano de cuidado o guía cuando el fracaso encuentra su camino hacia mí. Que tu luz lidere mi espíritu y ordene mis sentimientos, cuando las sombras de la vida me rodean. Amén.