
“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos hechos por los hombres” (Hechos 17:24, DHH).
Uno de mis profesores de capellanía nos compartía lo siguiente y se los dejo de meditación en este día.
Hoy cuando leemos el Evangelio de Mateo (Mateo, Marcos y Santiago ofrecen una ventana muy fresca a las enseñanzas de Jesús de Nazaret) me reitera lo que les he comentado del peligro de pensar que Dios se encuentra recluido necesariamente en un templo, o en un edificio. La razón principal que Jesús de Nazaret dejó a un lado la idea de que Dios estaba en un templo al estilo de su época, es porque representaba una trampa. En su lugar dijo que Dios estaba o moraba en la persona sedienta, con hambre, sin vestido, sin salud, sin libertad y sin patria.
“Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: “Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.” El Rey les contestará: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.”” Mateo 25:34-36, 40 DHH
El tema de que Dios no habitaba en templos lo siguieron sus discípulos y por 300 años en el cristianismo no había edificios o templos.
Ese nuevo movimiento religioso llamado cristianismo promovía el reunirse para alegrarse, animarse, edificarse y educarse. Pero no para adorar a Dios primariamente, sino para planificar cómo salir a adorar a Dios en las calles, en los campos, en las veredas, en las cárceles y en donde se encontrarán las personas en necesidad sin importar su nacionalidad, cultura, identidad, religión, edad y posición económica.
Señor permítenos afirmar tus enseñanzas originales. Dios mío, amplía mi horizontes de adoración, cuando me veo adorándote en espíritu y verdad, aún más allá de las cuatro paredes de un templo.
Que al reunirnos tengamos clara la necesidad de ser tus discípulos. Que nos reunamos para crecer, para aprender a imitarte a tí, Jesús de Nazaret, para afirmar el compromiso de ser embajadores y embajadoras del amor y la justicia de Dios. Amén