«Santificado sea tu nombre». —Mateo 6:9

Cuando la mayoría de las personas escuchan la palabra santo, piensan en «moral» o «religioso». Eso no está exactamente mal, pero entraña un más rico significado bíblico. Santo realmente significa «apartado» u «otro». Uno pocos teólogos han sugerido que cuando vemos santos, deberíamos pensar en «totalmente otro». Dios es perfecto; nosotros no lo somos. Dios es todopoderoso; nosotros tampoco lo somos. Entiendes la idea. En el Antiguo Testamento los sacerdotes tenían que realizar ciertos rituales de pureza para estar cerca de Dios. ¿Por qué? Porque Dios es santo y ellos no lo eran. Para acercarse a Dios, tuvieron que purificarse, volviéndose santos.
Es interesante que Jesús dice que debemos llamar a Dios «Padre» pero también sepan que es santo. Jesús quiere que sostengamos estas dos verdades importantes juntas. Dios está más allá, y a la vez Dios está cerca.
Dios es poderoso, y Dios es manso. Dios es un guerrero, y Dios es amoroso. Es como si Jesús, justo al principio de la oración, nos invitaba al hermoso misterio de quién Dios es.
Cuando reflexionas sobre esto, puedes comenzar a tambalearte y pensar en esa tensión de ser transformados en nuestra manera de ver y relacionarnos con Dios. Y si lo hace, estás en el camino correcto aún siendo imperfecto; pero siendo ese otro que intenta apartarse para amar y servir a Dios. ¿Puedo acercarme a tú regazó hoy como soy?
Oh Dios, Dios todopoderoso y santo, íntimo y amoroso, gracias por darme este tiempo separado para Tí. Padre ayúdame a sorprenderme por tu grandeza. Amén.